Entrevista a Guattari sobre el Anti-Edipo
Entrevistador. -Hablan ustedes de catexis fascistas, tanto al nivel del deseo como al
del campo social. Se trata en tal caso de algo que claramente concierne
al mismo tiempo a la política y al psicoanálisis. Pero no se comprende
bien qué es lo que ustedes opondrían a esas catexis fascistas. ¿Qué es
lo que se puede contraponer al fascismo? Se trata de una cuestión que no
concierne únicamente a la unidad de este libro, sino también a sus
consecuencias prácticas: y estas consecuencias son de una enorme
importancia, porque si nada impide esas “catexis fascistas”, si ninguna
fuerza las contiene, si lo único que puede hacerse es constatar su
existencia, ¿cuál es el significado de su reflexión política y de su
intervención en la realidad?
Guattari- Sí, como tantos otros, nosotros anunciamos el desarrollo de un
fascismo generalizado. Aún no ha hecho más que empezar, no hay razones
para que el fascismo no siga creciendo. Mejor dicho: o bien se construye
una máquina revolucionaria capaz de hacerse cargo del deseo y de los
fenómenos del deseo, o bien el deseo seguirá siendo manipulado por las
fuerzas de opresión y represión y terminará amenazando, incluso desde el
interior, a las propias máquinas revolucionarias. Distinguimos dos
clases de catexis en el campo social: las catexis preconscientes de
interés y las catexis inconscientes de deseo. Las catexis de interés
pueden ser realmente revolucionarias y, no obstante, permitir la
subsistencia de catexis inconscientes de deseo que no lo son o que
incluso son fascistas. En cierto sentido, lo que llamamos
esquizoanálisis tendría su punto ideal de aplicación en los grupos, y
especialmente en los grupos militantes: es en ellos en donde se dispone
de modo más inmediato de un material ajeno a la familia, donde aparece
el funcionamiento a veces contradictorio de las catexis. El
esquizoanálisis es un análisis militante, libidinal-económico,
libidinal-político. Al contraponer esos dos tipos de catexis sociales,
no estamos contraponiendo el deseo, como fenómeno suntuario o romántico,
a los intereses, que serían económicos y políticos; al contrarío,
pensamos que los intereses se encuentran siempre emplazados allí donde
el deseo ha predeterminado su lugar. Igualmente, no hay revolución
conforme a los intereses de las clases oprimidas a menos que el deseo
haya adoptado una posición revolucionaria que comprometa a las propias
formaciones del inconsciente. Porque el deseo, en todos los sentidos,
forma parto de la infraestructura (no creemos en absoluto en conceptos
como el de ideología, que no sirve de nada a la hora de analizar los
problemas: no hay ideologías). La amenaza permanente contra los aparatos
revolucionarios estriba en hacerse una idea puritana de los intereses,
que nunca se realizan más que en provecho de una franja de la clase
oprimida que realimenta una casta y una jerarquía por completo opresiva.
Cuanto más se asciende en una jerarquía, incluso aunque se trate de una
jerarquía seudo-revolucinaria, menos posible será la expresión del
deseo (por contra. tal expresión aparece en las organizaciones de base,
aunque sea muy deformada). A este fascismo del poder nosotros
contraponemos las líneas de fuga activas y positivas, porque tales
líneas conducen al deseo, a las máquinas del deseo y a la organización
de un campo social de deseo: no se trata de que cada uno escape
"personalmente”, sino de provocar una fuga, como cuando se revienta una
cañería o cuando se abre un absceso. Dejar que pasen los fluidos por
debajo de los códigos sociales que pretenden canalizarlos o cortarles el
paso. Toda posición de deseo contra la opresión, por muy local y
minúscula que sea, termina por cuestionar el conjunto del sistema
capitalista, y contribuye a abrir en él una fuga. Denunciamos toda la
temática de la oposición hombre-máquina, el hombre alienado por la
máquina, etc. Desde el movimiento de Mayo, el poder, apoyado por las
seudo-organizaciones de izquierda, ha intentado hacer creer que sólo se
trató de unos cuantos niños mimados que luchaban contra la sociedad de
consumo, mientras que los obreros de verdad sabían perfectamente dónde
estaban sus intereses... Pero jamás hubo lucha contra la sociedad de
consumo (noción imbécil donde las haya. Al contrario, lo que decimos es
que aún no hay suficiente consumo, aún no ha suficiente artificio, los
intereses no estarán jamás de parte de a revolución hasta que las líneas
dé deseo no alcancen el punto en el que e deseo y la maquina, el deseo y
el artificio, sean una sola cosa, el punto en el que se rebelen por
ejemplo contra los llamados “datos naturales” de la sociedad
capitalista. Nada más fácil que alcanzar ese punto, pues el más
minúsculo de los deseos se eleva hasta él, y al mismo tiempo nada más
difícil, porque comporta todas las catexis del inconsciente.
En Libro
Conversaciones de Gilles Deleuze